- Venga chicos, tenemos mucho camino por recorrer y no tenemos tiempo que perder – dijo Daniela con un tono de voz severo.
- ¡Vaya prisas!, ¡con las vistas tan maravillosas que tenemos! – Exclamó Sauri cuando terminaron de escalar la montaña.
Pero Daniela, para no agobiarlos más, prefirió callar e ignoró el reproche de Sauri.
- ¿Cómo encontraremos alguna pista aquí? Es un bosque enorme – dijo Teresa.
- No os preocupéis y hacedme caso, no puedo deciros más pero ya veréis como encontráis a la manada de Hugo – respondió Daniela.
- Vale, te haremos caso – dijo Teresa adentrándose en el bosque.
En el bosque había unos grandes árboles y en sus troncos estaban dibujadas unas flechas que terminaban al lado de un pozo vacío, Dentro de él había un cubo para sacar agua y en el cubo una jarra con unos polvos junto a una nota que decía: “el sonido del violín te llevará donde quieres llegar”.
- ¿Daniela, tú sabes algo de esto?, ¡ayúdanos, por favor! – dijeron todos a la vez.
- Yo sé todo lo que va a pasar, ya os lo he dicho. Pero no puedo ayudaros más porque se trata de que lo descubráis vosotros – dijo Daniela con impotencia.
- Vale, nosotros podemos, pero contábamos con tu ayuda – dijo Helena un poco mosqueada…
- Venga, coged los polvos, la nota y vámonos. Quiero encontrar a mi manada. ¿Me seguís o no? – preguntó Hugo bastante apresurado.
- Claro que te seguimos – contestaron todos a la vez.
- Escuchad bien y no olvidéis el mensaje de la nota – recordó Daniela.
Todos, excepto Daniela, formaron un corrillo para aportar sus ideas y tratar de descifrar la pista que habían encontrado y fue entonces cuando un dulce sonido empezó a sonar. Todos se quedaron en silencio y comenzaron a seguir la melodía.
El sonido los llevó hasta un agujero donde había otra nota que ponía: “en una cabaña debéis entrar y bajo la cama tendréis que mirar”.
Todos se quedaron pensativos cuando de repente exclamó Pablo: – ¡Mirad chicos!, ¡Mirad aquella cabaña, creo que es la que buscamos!
- ¡Creo que sí! – dijo Helena entusiasmada.
- ¡Bien visto Pablo! – añadió Hugo.
- Es una suerte que Pablo haya visto la cabaña, pero está muy lejos – sentenció Teresa desanimada.
- Sí, pero hay que intentar llegar – dijo Hugo intentando sacar fuerzas de donde no las había.
De repente, se oyó un sonido parecido a un chasquido “chis” y Daniela desapareció. Entre todos, llegaron a la conclusión de que Daniela había desaparecido gracias a los polvos mágicos que había en el pozo. Aunque no les parecía muy coherente, era lo único que podían pensar, ya que nada de lo que había ocurrido después de que se encontraran a Daniela tenía sentido, empezando porque la extraña criatura pudiera saber todo lo que iba a pasar.
- ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Sauri preocupada.
- Lo que deberíamos hacer es armarnos de valor y poner rumbo hacia la cabaña – dijo Helena animando a los demás.
- ¡Eso es Helena! – dijo Hugo motivado. Y todos se pusieron en marcha-
Después de un largo camino llegaron a la cabaña y dentro se encontraron de nuevo con Daniela. Los estaba esperando con provisiones y con todo lo que necesitaban, incluso unas camas para descansar.
- ¡Chicos! ¡Mirad! – exclamó Helena muy contenta y añadió: – En la pista que encontramos en el agujero decía que debajo de la cama deberíamos mirar.
- ¡Es verdad! – dijo Hugo entusiasmado mientras Pablo, Sauri y Teresa corrían a mirar debajo de la cama.
- Mirad, mirad, aquí hay un barco de juguete y otra pista que pone “en la planta correcta deberéis buscar algo que a la luz del sol debería brillar”, y una imagen de la planta que debemos buscar – aclaró Sauri.
- ¡Pues venga vamos a empezar a buscar! – dijo Helena repartiendo ánimos.
Todos los amigos dinosaurios, salieron de la cabaña y pusieron rumbo hacia un pequeño pueblo que se encontraba a más de media hora a pie. Después de un buen rato caminando, llegaron al pueblo y nada más entrar en él se llevaron una grata sorpresa. ¡Lo primero que encontraron fue una floristería! Seguro que aquí podrían encontrar la planta que buscaban y sin dudarlo entraron y le preguntaron a la florista. La florista se llamaba Ariadna. Ariadna era una simpática y amable pteranodon que tenía encantados a sus clientes.
Sauri le preguntó a Ariadna si tenía el tipo de planta que estaban buscando y Ariadna le respondió que casualmente habían dejado un paquete con una planta similar a nombre de un tal Hugo.
- Soy yo – le dijo Hugo a Ariadna.
- Vale, aquí tienes tu planta. ¡Que tengas mucha suerte! – exclamó Ariadna.
Aún en la floristería revisaron bien la planta y en la tierra encontraron un colgante con una piedra preciosa y otro papel enterrado que ponía: “por su apodo en una concha se encuentra y en esa misma concha vive”.
- ¡Claro!, seguro que se refiere a nuestro amigo Javier al que le apodan “el tortuga” porque es un anquilosaurio y siempre va tan lento como una tortuga- dijo Daniela.
Javier vivía en ese mismo pueblo, así que fueron a visitarlo. Cuando llegaron a la casa del anquilosaurio, éste les invitó a pasar y les ofreció una taza de chocolate caliente.
Helena, Sauri, Hugo, Teresa y Pablo le explicaron porque estaban allí y le preguntaron si tenía algo para ellos. Javier les dio otro paquete que de nuevo era para Hugo. Lo abrieron y había una carpeta con un mapa de la zona con algunos lugares rodeados. Casualmente eran todos los lugares donde habían estado. Para descubrir el enigma, deberían recopilar todos los objetos y pistas que habían conseguido a lo largo del camino y junto con el mapa deducir el siguiente paso que les llevaría a encontrar a la manada de Hugo. ¡Pero cuidado! El mapa venía firmado por… Tomás el malvado.
¿Qué les deparará el futuro a nuestros amigos dinosaurios? En los próximos capítulos lo descubriremos.
Este capitulo lo han realizado los niños y niñas: Hugo, Marina, Andrea, Helena, Lucas, Ángel, David y la maestra Elena (alumnos del CEIP Nuestra señora del Carmen en Esquivel, Sevilla)