Con el anillo de la madre de Hugo iluminando su camino, el grupo siguió avanzando a través del bosque en la oscura noche. Las flechas en los carteles los guiaban con precisión, y aunque estaban cansados, sentían una renovada esperanza mientras se acercaban al desenlace de su aventura.
Después de un largo recorrido, finalmente llegaron a un claro en el bosque. En el centro del claro, encontraron un pedestal tallado en piedra con un compartimento en su base. Dentro del compartimento había un pequeño objeto brillante: una llave con grabados de dinosaurios en su mango. Hugo reconoció la llave al instante.
– ¡Es la llave que mi madre solía llevar consigo! – exclamó Hugo emocionado.
Teresa sugirió que la llave podría ser la clave para liberar a la manada de dinosaurios secuestrada por Tomás. Siguiendo su intuición, insertaron la llave en un orificio que encontraron en un árbol cercano. El árbol comenzó a emitir un resplandor dorado y, con un crujido suave, se abrió como si fuera una puerta.
Detrás del árbol se reveló una entrada a una caverna subterránea, donde escucharon los débiles sonidos de pisadas y gruñidos de dinosaurios. Siguiendo el ruido, avanzaron cautelosamente hasta que, al final del pasaje, se encontraron con una asombrosa vista: su manada de dinosaurios estaba allí, a salvo pero cautiva por gruesas enredaderas mágicas.
– ¡Lo logramos! – exclamó Sauri con alivio.
Helena se adelantó y con su destreza mágica comenzó a deshacer el hechizo que mantenía a los dinosaurios prisioneros. Uno a uno, los dinosaurios fueron liberados y se unieron a su manada, llenando el lugar con rugidos de alegría y gratitud.
De repente, una figura oscura se materializó en la entrada de la caverna. Era Tomás, el villano que había urdido todo este plan. Con una mezcla de enfado y temor en su rostro, se dio cuenta de que su intento de controlar a los dinosaurios había fracasado.
– ¡No podrán detenerme! – gritó Tomás mientras lanzaba un último hechizo oscuro hacia el grupo.
Sin embargo, los dinosaurios liberados se interpusieron en el camino del hechizo, protegiendo al grupo con su inmenso cuerpo. Sauri, el triceratops, lideró la carga y recibió el hechizo en lugar de sus amigos. El poder del hechizo se disipó en su espalda acorazada, y el resultado fue una llamarada de luz que envolvió a Tomás.
Cuando la luz se desvaneció, Tomás había desaparecido. En su lugar, quedó un antiguo libro de magia. Con cautela, Teresa lo recogió y lo examinó.
– Este libro contiene un poder oscuro que nunca debería ser usado – advirtió Teresa.
Decidieron que lo mejor era mantener el libro en un lugar seguro y alejado de cualquier persona que pudiera intentar usar su magia para fines maliciosos.
Con la manada de dinosaurios a salvo y el villano derrotado, el grupo decidió regresar a su hogar. El viaje de vuelta fue mucho más tranquilo y lleno de risas, conversaciones y anécdotas. Al llegar a su hogar, los dinosaurios y los amigos se despidieron con un nudo en la garganta, sabiendo que habían compartido una experiencia única y emocionante.
– Siempre serán bienvenidos aquí – les dijo Hugo a los dinosaurios con una sonrisa.
El grupo se abrazó y se prometió mantenerse en contacto, recordando su aventura con cariño y gratitud. Aunque la aventura había llegado a su fin, las amistades y los recuerdos durarían para siempre en sus corazones.
Y así, Hugo, Sauri, Helena, Pablo y Teresa cerraron un capítulo increíble en sus vidas, sabiendo que habían enfrentado desafíos, superado obstáculos y forjado lazos inquebrantables, tanto entre ellos como con sus amigos dinosaurios.